martes, 21 de junio de 2011

Esperando cabeza abajo

Lánguida y perdida se dejaba sostener, como si el borde de la uña que se alcanzaba a afirmar, fuera quebrándose y dejando las cicatrices blancas en el transparente acrílico que arrancan los dientes. Le sonaban los huesos con cada viento. Se tambaleaba ebria de agua y apenas podía mover los brazos. Mareada de tanto beber, se le había puesto verde la cara y más tarde cuando el sol se aburrió, se le puso café y reseca.
Estaba cansada ya. De aquí para allá siempre. De un lado a otro, como una cabeza mustia que dice un sí o un no, moviéndose a cada instante, incluso en los días más tranquilos.
Añoraba los tiempos en que estaba derecha y miraba todo bien. Hace ya varias semanas que comenzó a envejecer y a inclinarse hasta quedar boca abajo y mirar todo al revés. Así veía a las otras más débiles caer hacia arriba hasta topar el techo, o el suelo, no estaba segura.
Murmuraba cada mañana con la savia entre los dientes. Refunfuñaba cada tarde contra los gusanos y las orugas y también contra la cuncuna, aunque le gustaba verla cuando venía y esperaba que pasara para que le rascara la espalda.
Tenía las cejas levantadas en los extremos, como si estuviera enojada. Y estaba enojada, siempre. Era la única del árbol que lo estaba. Por eso vivía sola al final de la última rama, allá donde ya no hay tallos. Ya casi ni el viento la visitaba. El sol no la miraba y la luna le hacía muecas a su espalda.
La pobre estaba a punto de quebrarse y nadie podía hacer nada por ella, ni siquiera el agua.
Pasó sus últimos días pensando por qué se había quedado sola, sola y al revés. Y aunque ya nadie la miraba, seguía perfectamente peinada al medio. Con las puntas de su pelo como las manos de una hermosa bailarina que ya vieja, la artritis no deja mover. Pero era elegante, porque había quedado en esa posición. Y así caería.
Fue un hermoso final. Con vueltas que hicieron joven a la vieja bailarina. Algunos dijeron que era como una pluma de cisne, aunque fuera café. Demoró casi toda la tarde en caer y el suelo se movió también toda la tarde, tratando de seguirla de un lado a otro para sostenerla en sus brazos cuando lo tocara. Yo la vi caer con una mano en la cabeza. Creo que trataba de sostener su sombrero de señora.
El suelo la trató bien, pero supongo que ella nunco lo supo. Siempre pensé que mientras caía, podía ver subir por el tronco del árbol a la vieja cuncuna, y así cayendo de vaivén en vaivén, de arrullo en arrullo, mientras le sonreía se quedaba dormida.

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