Ella pasó toda su vida a la orilla del mar. Vivió con él, aprendió de él y se alimentó de él. Jamás pensó que el mar pudiera dormir en otra cama que no fuera de agua.
Vivía también con su padre, que le enseñó todo lo que un viejo y alcohólico pescador podía saber de la vida: pescar, remar, tejer redes y azotar a una pequeña niña, hasta ver en sus ojos el llanto que años atrás matara a su madre. Así fue muriendo la pequeña perla de mar, juguetona y curiosa; brillante y delicada, hasta convertirse en una barracuda negra, de agallas suntuosas y ojos protuberantes, con escamas gruesas y bigotes de sensor. Aún así y con sólo trece años, tenía un hombre, que por supuesto jamás presentó a su padre.
A ella, el mar le había dado todo lo que tenía y le había quitado todo lo que había perdido. Él ofrecía y tomaba, como un viejo dios con mil cabezas de pelos canos y espumosos, que iban y venían como el dedo índice, que llama al más sumiso de los peones sabiendo que en el momento en que se arrodille a sus pies, lo golpeará con sus manos llenas de vida.
Cuando ella necesitaba algo, simplemente lo obtenía del mar, y si algo no le servía, siguiendo su lógica, lo devolvía a éste. Por lo tanto no tuvo que pensar mucho, cuando pasados nueve meses de su inesperado embarazo, tomó un bote y remando hasta encontrarse oculta mar adentro, parió un pequeño varón. Lo tomó en sus manos y tal como hiciera con todo lo que no le sirviera, lo arrojó al mar y volvió remando hacia la playa.
El pequeño se hundía lentamente en el agua. Encontraba tan natural el ambiente, que ni siquiera se asustó. Quizá fue esa inocencia la que rompió el sello y separó finalmente el sórdido mundo de tierra del espacio cristalino y húmedo, transformando este lugar, libre de suciedad como el mismo útero, en un mundo de reglas propias donde aquel pequeño hombrecillo comenzó tímidamente a respirar.
Fue adoptado por el mar, aprendió a convertirse en espuma y a disfrazarse de nube. Pero una de las cosas que más le gustaba, era conversar con la estrella de mar acerca de las diferencias que existían entre este vanidoso molusco y su primo el astro.
Así, el niño aprendió de la gran experiencia del mar y la gran visión del cielo. Convirtiéndose en vapor subía a conversar con las nubes, y luego se condensaba para volver al mar.
Su verdadera madre aún vivía. Era un mujer triste y sola. Su alma estaba amarga. Ya nada quería verse en sus ojos.
Un día el pequeño iba disfrazado de nube, estaba muy cerca de la orilla y a baja altura. Mirando hacia abajo de pronto vio a una mujer que miraba perdidamente el horizonte. Se veía triste. El pensó que quizá podría regalarle un poco de su alma llena de vida, y soltó unas gotas de agua. Cayeron suavemente hasta la cara de la triste mujer y resbalando por sus mejillas se confundieron con sus lágrimas. Ella miró hacia el cielo, tomó un gran respiro, y con la mirada llena de ternura, la mirada que hace años perdiera, recordó a un pequeño niño y esbozó entre sus labios húmedos una pequeña sonrisa....
viernes, 10 de octubre de 2008
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2 comentarios:
Por favor, dedícate a escribir. Genial.
Increíblemente hermoso!
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